sábado, 29 de agosto de 2015

UN FRAGMENTO DE MI NOVELA

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LA LLAMADA
Serían las nueve de la noche cuando Viky puso la pausa. Recostada en su cama aún con uniforme, veía en la tablet un video que bajara de la web. Bromas pesadas-muy pesadas-la divertían al extremo de reírse sin darle importancia a las burlas de sus hermanas desde el otro lado de la puerta. Fue el tono de su celular quien le detuvo momentáneo la diversión. La cara aniñada de Melannia, sacándole la lengua, la hizo sentarse sin quejas (tenía algo de remordimiento de conciencia por la forma en que se despidió en el parque).
   Sentada en la orilla de la cama, contestó:
-¿Sí, Melannia?
-No podía esperar hasta mañana, Viky. ¡Estoy tan emocionada!
-Perdoná, ¿podrías repetir lo que me dijiste?-el ruido o, mejor dicho, el escándalo de voces gritando no la dejaron escuchar bien. Los padres de Melannia estaban en plena discusión.
   Roger y Alma se habían casado muy enamorados-o eso creyeron-. Como todo en el hoy moderno de la postmodernidad, tras su primera vista, guiño de ojitos y análisis mutuo de la figura corporal, tuvieron su primer encuentro sexual, y luego el segundo, y el tercero, y el cuarto, y cuando se dieron cuenta pensaron más en ese último número convertido en habitación que en los dígitos continuos de esa recta numérica… ya ni los contaban…
   Así las cosas, por más protecciones y saberes, la regla se ausentó de plano. El bebé llegó, y traía bajo el brazo, no un bollo de pan-como decían nuestros abuelos-, sino un abogado para casarlos.
   Aunque ambos ya tenían una profesión, también ambos tenían distintos planes sobre sus vidas, y de ello nunca hablaron (el número “cuarto” se los impidió con ¡tanta cama…!). Y en el ajetreo de sus trabajos-él ingeniero civil y ella secretaria ejecutiva bilingüe-, germinaron tres plantitas más, de la cual Melannia era la postrera y la única mujer.
-¡Sí, cómo no, idiota! Ahora soy yo la que tiene la culpa de tus indecisiones, pendejo-le espetaba Alma tras una queja de su marido.
-¿Pendejo dijiste? No fui yo quien dejó ir semejante oportunidad de trabajo hace un año, babosa, con lo que cuesta entrar en esa empresa. ¡Cómo se nota que sos una simple secretaria después de todo!-le espoleó Roger.
   Sus tres hijos, de veinticinco, veinte y dieciocho, ya habían salido juntos de la casa; las eternas peleas de sus padres los tenían embotados y superaron a la mutua antipatía. Sólo Melannia parecía soportar con estoicismo aquellos arrebatos de furia, donde las buenas maneras no existían, y la competencia por ver quién lanzaba la palabra más hiriente iba subiendo como la leche en una olla puesta al fuego. Sin embargo, y pese a tener la puerta de su habitación cerrada, las frases de hoy iban teñidas del dolor y la frustración más álgidos luego de la última visita al abogado, y rompían con desdén las paredes de concreto. Melannia optó, pues, por salir, cruzar la calle y sentarse en la orilla del caño. (Incluso desde allí llegaban los restos de las palabrotas, aunque la habitación de sus padres estaba al fondo del segundo piso.)
-Mucho mejor, ¿verdad?-preguntó Melannia.
-Sí-contestó Viky con un poco de congoja, la situación le traía reminiscencias nada agradables.
   La noche amenazaba con helar más; un día despejado y caluroso lo vaticinaron.
   Por la calle pasaban pocos carros. La casa de la familia de Melannia se hallaba en un barrio elegante en las periferias de Velázquez, del otro lado del inmenso cafetal de los Linares, contrastando con una barriada al extremo opuesto, llamada Los Abajos. La ciudad, ubicada entre los cantones de Naranjo y Palmares, era un dechado de promesas y progreso, similar en perspectiva a las del Gran Área Metropolitana. Sin embargo, toda la acción se concentraba en su casco urbano y hacia el lado este. Por eso Melannia se sentía tranquila; cierta soledad no le incomodaba, mas sí el frío descarado. Al quitarse el uniforme, sólo se quedó con la ropa que llevaba debajo: una blusa de tirantes blanca y una licra azul marino. La helazón de la noche le estaba faltando el respeto, metiéndose donde no debía…
-Hace poco terminamos de hablar-continuó emocionada.
-¿De hablar con quién?-preguntó intrigada la amiga.
-Con Claver.
-¿Con quién?-expresó desubicada.
-Claver, el muchacho guapisíiiimo del cole de Sarchí.
   Viky se quedó callada por unos instantes. “Trabaja rápido la chiquita”, se dijo. Luego, tratando de aclararse, preguntó:
-Y… ¿cómo fue eso?, ¿ya Brandon te dio el número?
-No, fue él mismo quien me lo dio.
   Viky se llevó la mano a la cabeza para rascarse, pero se detuvo, le pareció una acción muy estereotipada. Ordenó como pudo las neuronas para una buena sinapsis, se reacomodó en la cama, y le dijo:
-A ver, a ver… ¿Cómo que…? Pero… ¡Decime todo!
-Al rato que Bicho se fue…-y le contó lo de la nota, omitiendo la ensoñación y algunos detalles…
***
   Melannia entró a su cuarto después de que sus padres le preguntaran por su llegada tardía (eran las 6:00…). Sin muchos reproches, subió las gradas hacia el segundo piso donde se encontraban su habitación y la de sus papás.
   Entró con hormigas trabajando en su estómago-como ella llamaba a esa ansiedad estomacal-, hizo tirado el salveque en una esquina, y se recostó unos segundos en la cama. Sacó del bolsillo de la blusa el trozo de papel y se le quedó mirando con ojos extasiados. Después de hasta olerlo, puso el papelito en su mesita de noche y se levantó para cambiarse de ropa.
   Antes de abrir su clóset, Melannia se detuvo ante la imagen del espejo de la puerta. Siendo de cuerpo entero, observó su figura con una mirada desconocida. Si bien pensaba que era hermosa, jamás había deparado mucho en ello; nunca sacaba rato para verse demasiado cómo le quedaba la ropa, o para admirar sus curvas-bastantes pronunciadas, valga decir-estando desnuda. Sin embargo, hoy tenía otros ojos. Y quiso tomar apuntes en su cuaderno mental. Primero se quitó la blusa celeste. Observó. “Buena delantera”, se dijo. Luego, con delicadeza, corrió el zíper y bajó, sin despegar la vista del espejo, su pantalón azul oscuro. Lenta, dio una vuelta completa, escaneando su parte inferior. “Excelente trasero y demás”, terminó definiendo. Quieta, de frente, se sujetó de la cintura, movió su cabeza a un lado, sonrió y guiñó un ojo. “Con esto lo mato”, pensó, y se rio bajito. Al finalizar su autoexamen, hizo a abrir la puerta del clóset, pero desistió. Se quedó mirando de nuevo su imagen en camiseta y licra. Le agradó. Desechó la idea de otras prendas y se volvió a recostar en la cama.
   Viendo hacia el cielorraso, dio cauce a una idea. Estiró lo suficiente su brazo derecho y tomó la nota de sobre la mesita de noche. A su vez, buscó el celular que había dejado cerca de la almohada, lo desbloqueó y marcó un número escrito debajo del nombre de Claver.
   Tres intentos fallidos la comenzaban a desalentar. Probó el siguiente. ¡Bingo!
-Hola, ¿sí?-una voz masculina de tenor lírico la estremeció.
-Hola-dijo con la respiración agitada-. Este… Soy Melannia, la muchacha del cole de Velázquez… la del parque…
   Hubo un silencio que la angustió. No podía imaginar qué pasaba del otro lado.
-Hola, Melannia, soy Claver-contestó al fin la voz melódica, y la tranquilizó. De seguido le dijo-: Vaya, no sólo lo que vi es bello, también tu voz.
-Y… y la tuya también-respondió al piropo con una risita nerviosa; se sintió tonta.
   Melannia se quedó sin palabras, sus ideas se le fueron. Por suerte Claver prosiguió:
-Espero no haber dejado una impresión fea. Es que te vi tan… ¿cómo decirlo? Tan concentrada…
-No para nada-le cortó ella para alejarle esa idea-. La verdad… me sonó muy romántico.
   Melannia no vio cuándo dijo semejante cosa. Se oyó cursi para su gusto. No era la imagen que quería dejar en el primer contacto. De inmediato repuso:
-Digo, muy… muy… es que… Yo quería decir…
-Muy romántico-le afirmó Claver, y desde ese momento tuvo la sensación de estar sintonizada con ese perfecto extraño.
   Ambos pasaron varios segundos en silencio.
   Melannia seguía recostada en la cama. No se daba cuenta de haber comenzado a hacerse un colochito con un mechoncillo de su pelo corto. Tal fue, que al final el dolor le dio aviso. Con eso se sentó en el centro del colchón, y dijo con una sonrisa nada forzada:
-Me suena a que estás en un año superior.
-Es correcto. Estoy en undécimo. ¿Y vos?
-En décimo-respondió, deseando haber mentido un poquitico…
-Me pareciste de más edad-le señaló Claver, con lo que el corazón de Melannia se achicó-. Mmmm… Siempre quise tener una novia menor que yo.
   ¡Yes! Melannia se tiró de espaldas otra vez. El alma le había regresado. Y qué directo el Claver, el tipo no se andaba con carajaditas. A veces la fortuna asoma su mejor semblante cuando menos uno se lo espera; propone, sugiere y hasta grita sus bendiciones. Melannia no sabía si decir de una vez “¡acepto!” o dejar correr más archivos de la película. El corazón se le notaba muy bien bajo la delgada camiseta de tirantes. Pero… ¡alto!... No estaba desesperada… o ¿sí? Se volvió a sentar y dijo intentando no entrever su evidentísima alegría:
-La verdad, Claver, yo también quise tener un novio que fuera de más edad, un muchacho maduro, no un chiquillo que ni sabe lo…
-Besar-le interrumpió espontáneo el colegial, a lo que, en segundos, repuso apenado-: ¡Perdón, qué estoy diciendo!
-Tranquilo, yo iba a decir lo mismo-ni vergüenza le dio mentir.
   El resto de la conversación Melannia la pasó caminando de un lado a otro, riendo, respondiendo, preguntando… proponiendo y aceptando. Al finalizar, ambos se consideraban novios con todos los derechos y deberes, y para cuando cortó, agradeció no tener una línea prepago, un agradecimiento que se le ensució con el inicio del pleito de Roger y Alma. Viendo su celular en la mano, uno muy costoso, de última generación, se dijo para sí en voz baja, triste: <<Por lo menos de algo sirve tener plata>>.
***
-No creí que fuera tan tarde, Viky, casi dos horas estuvimos hablando.
   Viky había escuchado, a ratos sin aliento, a ratos suspicaz, toda la narración de la llamada de Claver.
   Melannia esperó alguna opinión de su amiga, y ésta no la defraudó:
-Pues… te felicito, Mely, un muchacho de undécimo, y de diecisiete, casi dieciocho… Entró viejillo a primer grado… Bueno, subiste el nivel, ¡eh!
-Sí, ¿verdad?-contestó con un suspiro.
-Y… ¿Cuándo se van a ver?
-Buenoooo… Dijo Claver que la otra semana son los primeros exámenes del primer período, igual a nosotros. Ha mantenido siempre un excelente récord, y quiere ir con todo al bachillerato. Además, tiene la meta de ir al TEC, quiere llevar las mejores notas de presentación. Imaginate, Viky, desea estudiar ingeniería industrial.
-¡Qué bien!-contestó la joven haciendo un esfuerzo para denotar entusiasmo-. Guapo, estudioso, con objetivos claros… Te sacase la lotería, cariño.
-¡Sí!
   Melannia y Viky conversaron un rato más.
   La noche se volvió grosera sin escrúpulos. Una brisa tosca transformó la piel humana de Melannia en una de reptil. Sólo así decidió terminar la charla y entrar.
   Cuando la adolescente vio su reloj se asombró: las 11:35. En circunstancias normales no habría pasado. Pero ésas no eran circunstancias normales.
   Desde hacía bastante no pasaba ni una pinche bicicleta. Los pasos de una pareja adulta, caminando muy juntos, sonaron en la esquina izquierda de la acera frente a su casa. Esperó a que pasaran. Él, un hombre de unos cuarenta y tantos. Ella, si acaso de veinticinco, con ropa muy provocativa y bien maquillada. No los reconoció. Ni le preocupó. A sólo tres cuadras, un motel ofrecía sus servicios las veinticuatro horas. Cuando ya los perdió de vista, corrió para cruzar la calle. En eso escuchó un tono de celular que venía de la esquina por donde había desaparecido la pareja. No le dio importancia. Se apresuró para entrar.
   Al abrir todo estaba a oscuras y en silencio. “¡Gracias, siempre tan considerados! Y a mí que me coma un burro, ¿ah?”, pensó muy molesta. Subió las gradas al segundo piso iluminada con el foco de su teléfono… protesta algo infantil, de acuerdo.
   Llegó a la puerta de su habitación. Al abrirla volteó la vista hacia la siguiente puerta a su derecha; estaba entornada. Una luz tenue golpeaba la pared de enfrente. “¿Dejó la lámpara encendida?”, se preguntó, pensando en Alma, porque Roger tenía ocho meses de dormir en la habitación para visitas al fondo del pasillo. Decidió, pues, hacerle el favor. Quedó congelada bajo el marco. Roger y Alma yacían ambos sobre un pozo de sangre. Comenzó a gritar y a gritar.

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