viernes, 15 de enero de 2016

LA LÁMPARA DE LOS MINEROS

                                LA LÁMPARA DE LOS MINEROS
   ¿Has visto la lámpara que usan los mineros en la cabeza, sobre su casco de trabajo? Es una imagen muy tradicional (quizá ya empleen otra técnica, pero para esta ocasión nos sirve). Y ¿sabés por qué la usan en ese sitio? Porque la luz alumbra hacia donde se vuelven los ojos (no te riás, no estoy descubriendo el agua tibia, ya verás). Eso equivale a decir que la luz ayuda a encontrar lo que los ojos andan buscando. Lo que es lo mismo decir, que la lucecita de la cabeza ayuda a los ojos a ver con claridad, ¡o sea!... que los ojos dependen de esa luz, que está en la cabeza, para ver... Si unís en una sola oración las palabras subrayadas, se arma ESA LUZ ESTÁ EN LA CABEZA PARA VER. Ahora sí, desmenucemos...

   Hay personas que no saben lo que quieren en esta fugaz vida. Es decir, no tiene claridad (habrás escuchado infinidad de veces la expresión "fulano no tiene claridad en"). Lo que es lo mismo decir, que no tienen LUZ sobre lo que desean de su vida, NO SABEN, y no saben porque en su CABEZA no hay ideas claras, o sea, ILUMINADAS. No logran VER con claridad. Aunque el jueguito de palabritas que estoy usando es divertido (al menos yo lo disfruto), podemos sacar una conclusión a manera de máxima: SE NECESITAN IDEAS BIEN DEFINIDAS PARA CONSEGUIR OBJETIVOS BIEN DEFINIDOS.

   Si deseás lograr algo en tu vida, tenés, por fuerza, que saber ¡QUÉ QUERÉS! Hay individuos que hoy se maten a estudiar medicina, mañana los ves en ingeniería de sistemas y pasado mañana en arqueología. Hoy se casan con esta, mañana con aquella y pasado mañana con la que estaba a la par de la primera. Otros ni saben cómo comenzar a para dar el paso inicial, porque ni siquiera saben qué camino tomar, pues, aún, no han decidido si quieren caminar o quedarse sentados (peor...).

   Retomando el ejemplo de los mineros, para saber hacia dónde buscar, hacia dónde ver, es indispensable tener ideas claras, iluminadas, en tu cabeza. Debés sacar el tiempo para sentarte, meditar, poner por escrito tus propias conclusiones, y comenzar a trabajar. Poco a poco sacarás los minerales que estarás escarbando, con perseverancia, sin desfallecer, pero ¿cómo lo harás si ni siquiera podés fijar la mirada en algo concreto porque estás a oscuras?

lunes, 11 de enero de 2016

CUENTO DEL MIEDO

CUENTO DEL MIEDO
 
   El hombre manejaba solo, por una carretera solitaria, en una noche oscura de luna nueva. Las estrellas no querían brillar en un cielo tachonado de nubes abotagadas de agua. A ambos lados de la vía, la mala hierba crecía al parecer de su gusto, y las rocas, agazapadas entre aquella, esperaban como serpientes morder un tobillo descuidado.

   Venía de un trabajo, uno cualquiera, pues su vida era una de tantas en medio del desierto de los negocios. Con billetes en el bolsillo, este hombre no tuvo objeción en dejar listo el recorte asqueroso de un personal hambriento de ilusiones. Obeso de soberbia, conducía con la agudeza de su luz de largo alcance para dejar actuar con ingenio a otro tipo de agudeza dentro su mente que, desprovista de escrúpulos, maquinaba cómo abultar más sus cuentas de banco.

   El camino era conocido aunque no lo transitaba a menudo. Ajeno a la distancia por recorrer, más que en el asfalto se concentraba en su buena estrella atrapada con maña y descaro. De pronto, tuvo la impresión que el camino se hacía largo y la calle se angostaba un poco. "Tonterías", se dijo, y siguió maquinando. En eso, después de una curva, una mujer, a distancia prudente, le hacía señas para que le llevara. Le pasó al lado sin volverla a ver. Se rio, y no le dio importancia. Entonces sintió una presencia dentro de su auto, una persona de más, un ser irradiando furia que le quemaba su nuca. Miró por el retrovisor y... nada. Nadie le acompañaba.

   Sin embargo, la presencia era tan real como el volante que sostenía. "Nervios y cansancio", se dijo.

   La noche se puso más oscura. Comenzó a llover.

   Conforme avanzaba, le constreñía el cuerpo un calor espeso. Puso el aire acondicionado.

   El hombre seguía conduciendo por una carretera que no terminaba, al igual que el calor. El aire artificial no cumplía.

   El aguacero se burlaba con insolencia.

   Conduciendo con eficacia, el hombre ya solo atinaba a acelerar. Llegar lo más pronto posible a casa. Dejar el calor atrás, la lluvia atrás y a aquella presencia…

   El aguacero golpeaba sus cristales con rabia. La carretera se embadurnaba con esa agua como si fuera ungüento balsámico. Y el hombre no veía el final del viaje.

   Antes de una curva larga como lengua de oso hormiguero, observó de nuevo a aquella mujer haciéndole parada sin reparar en ello, su mente estaba obnubilada. Irritado por tanto, aceleró para mojarla al pasarle al lado, y lo logró. Dos segundos después, al dejar la curva, sintió un par de manos mojadas apretando leve su cuello. Se desesperó. El volante quedó a su albedrío, y, cuando el carro se disponía a caer por un barranco muy hondo, se detuvo abrupto en la orilla. El hombre ya no sintió aquellas manos mojadas, pero vio a una mujer frente al vehículo, bajo la lluvia, apoyando una mano sobre la tapa del motor. Flotaba, con un resplandor azulado apenas perceptible. El hombre sintió un dolor insoportable en el pecho, como si alguien se lo estuviera escarbando con un puñal. Y de pronto, horrorizado, vio como una mano salía de su pecho sosteniendo un trozo de carne putrefacta que parecía latir. Afuera, la mujer, de rostro arrugado y ojos blancos como luna llena, extendía el otro brazo sin su mano.

   El hombre, paralizado de miedo, miró cómo aquella mano se llevaba la carne putrefacta y llegaba hasta la mujer. Luego, apartándose esta del frente, levantó la mano que sostenía al vehículo y lo dejó caer a lo hondo del barranco.
Geovanny Soto Sosa